Yo
no tenía miedo, ni tristeza,
yo
tenía una rabia infinita.
Rabia
de esas
que suben por las paredes
y
luego se lanzan
contra todo lo que se mueva,
que
caminan de noche
por
callejones oscuros
planeando muertes inimaginables.
Rabia
que me mordía, que me insultaba,
que
me gritaba que debía vengarme,
que
no quería paz,
ni tregua ni olvido.
Yo
tenía una rabia infinita
entre
el pecho y la espalda
y en los bolsillos
la
llevaba como una navaja de matón de barrio.
Yo
tenía una rabia
que
me hacía desear matar
a los buenos por buenos
y
a los malos por malos.
Yo
tenía una rabia
que
no quería perder nunca,
porque
era lo único que de ti me quedaba.