"Hay
tanto amor en cada cosa que veo,
en cada cosa invisible.
Enamorarse es ver lo que los otros no ven.
¿Cómo es posible que todos pasen
junto a ti
como si no te vieran
y yo me detengo a mirarte
para siempre?
¿Qué cosa ocurre en los demás que a mí
me falta para olvidarte?"
en cada cosa invisible.
Enamorarse es ver lo que los otros no ven.
¿Cómo es posible que todos pasen
junto a ti
como si no te vieran
y yo me detengo a mirarte
para siempre?
¿Qué cosa ocurre en los demás que a mí
me falta para olvidarte?"
Fernando Denis
No suelo salir los viernes por la noche. Me gusta quedarme en casa, porque viene mi hija a visitarnos y, si está mi hijo, nos me disfrutar de su compañía. Pero ayer por la noche tenía una cita con los antiguos compañeros de la agencia de publicidad. Aún nos reunimos una vez al año para charlar de los viejos buenos tiempos y contarnos un poco de nuestras vidas. La cena fue en un restaurante español en la Südstadt de Colonia, donde está el mejor ambiente nocturno de la ciudad. Está lleno de bares, pubs, restaurantes de todo el mundo y de jóvenes bulliciosos y de todo tipo de gente: desde el encorbatado gerente hasta punks, que no saben que están fuera de moda desde hace casi dos décadas. Pero en la Südstadt todos nos confundimos con todos y eso le da un ambiente único. La noche estuvo estupenda: cálida, pero sin agobiar y viento fresco para poder cenar en la terraza del restaurante. Yo cené paella. Como buen colombiano no puedo vivir sin arroz. Me bebí un agua sin gas para poder manejar de regreso. Estuvimos charlando hasta media noche y luego cada uno regreso a su vida. Yo tomé la autopista 59 que viene de Düsseldorf y se dirige hacia Frankfurt. A medianoche la autopista está casi desocupada y se puede manejar con tranquilidad. Yo que soy juicioso siempre manejo a los autorizados 120 kilómetros por hora. El camino a casa lo conozco
casi
de memoria así que me englobé mientras oía el „Oboe
de Gabriel“ de Ennio Morricone, que me recuerda a Sevilla hace casi
dos años cuando mi vida
y
mis sueños cambiaron gracias al más increíble encuentro. La música
es de la película „La Misión“ de Roland Joffé con Robert de
Niro y Jeromy Irons. Fue la última gran producción que se filmó en
Colombia. Luego llegarían los años de la violencia del
narcotráfico, que terminarían por acabar al país.
Después
de media hora lllegué a la autopista 562 y allí tomé el
desvío que lleva al puente Konrad Adenauer que cruza el Rin y
desemboca en la Rheinaue de Bonn. A esa hora la vista es espectacular, porque
el edificio de la Post, el más moderno y alto de la ciudad, está
iluminado y destaca sobre la oscuridad de la noche. Tomé la Ludwig
Erhard Allee hasta Rheinallee y allí crucé de nuevo para llegar a
la Erasmusstrasse y a casa. Al bajarme del carro, varios conejos
salieron corriendo a esconderse en sus madrigueras. Aprovechan la
noche y la mañana para salir de compras como buenos vecinos..
Estaba
cansado después de un largo día de leer y escribir y de ayudar a mi
hija en la presentación de un trabajo en un simposio de profesores
de economía que tendrá lugar en su universidad y a la que fue
invitada a exponer sobre el tema de la economía latinoamericana con
énfasis en la Argentina. Abrí la puerta y el apartamento estaba a
oscuras. Todos estaban durmiendo. Así que me recosté en el sofá de
la sala y me puse a mirar por la ventana las sombras de las ramas de
los árboles moviéndose de un lado a otro al ritmo del viento
nocturno. Me quedé dormido ahí mismo.
En
el sueño, vi acercarse a mí a una bellísima mujer con un vestido
azul de pepas blancas. El vestido era entero y bastante corto como se
usan ahora, era entallado bajo el pecho y resaltado con un cinturón
blanco que hacía énfasis en el espectacular cuerpo de ella. El
cuello del vestido era blanco y redondo partido en la mitad, con
mangas hasta después del codo rematadas con un puño blanco. Bajo el
cinturón, el vestido se anchaba en grandes pliegues que hacían ver
más sensual el caminar de esa diosa de cabellera de fuego como el
sol de la tarde. Llevaba cartera y tacones a juego con el vestido.
Quitaba la respiración mirarla. Al andar dejaba una estela de luz,
de verano , de alegría y de vitalidad en medio de la oscuridad de mi
sueño. Caminaba como sólo las mujeres que saben que son bellas
entre las bellas lo saben hacer. Tenía el pelo largo y ondulado que
caía sobre los hombros y la espalda. Estaba maquillada con un gusto
exquisito que resaltaba sus rasgos de diosa celta. Era alta, delgada
y con piernas largas, muy largas. Llevaba en el dedo del corazón de
las dos manos anillos grandes y plateados. Una pulsera de cuero y un
reloj en la mano derecha con la que cogía la cartera. Los tacones
eran de punta destapada. En el único segundo en que su mirada se
cruzó con la mía el amor se desbocó como mil caballos por mis
venas. Me quedé estático admirándola, deseando que nunca terminara
de pasar a mi lado, que no dejara de mirarme. Iba a una fiesta, pero
la verdadera fiesta era mirarla a ella. El vestido era precioso, pero
ella era la que hacía que el vestido fuera único y divino. Ella
iluminó mi noche y mis sueños. Al caminar el vestido se llenaba de
vida, todo se llenaba de vida. Ella era la vida del vestido. Su alma,
su gracia. Ella era la vida cruzando mi sueño.
Supe
que de la noche en que estaba surgía una diosa de cabellos de fuego
que sería para toda mi vida. Al fin había conocido la mujer que sin
saber había esperado siempre para amarla. Ella era todo.
Anoche
me enamoré de un sueño.
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